Cabañeros






4,5,6/10/2014(Recuperada del baúl de los recuerdos)




La cantidad de fotos que hicimos en nuestro viaje a Cabañeros me lleva a un arduo y laborioso trabajo de selección y edición que he ido dejando aparcado, sin encontrar momento para enfrentarme a ello.

Sin demora elaboré el relato de la ascensión al Rocigalgo, el punto más alto del Parque Nacional de Cabañeros y la mayor altura de Toledo.

Restaba hacer un reportaje sobre la visita al parque y los alrededores de este. 

Era aquí donde no encontraba momento de ponerme manos a la obra con las fotos (de las que nos habíamos traído más de mil) y tal vez por los malos recuerdos del último día y el viaje de vuelta a casa con la contrariedad de la fuerte gastroenteritis con la que volvíamos los tres. 

Evitable con solo advertidos que el agua corriente de las cabañas, del camping y del pueblo, había tenido problemas de potabilidad con las últimas lluvias (Mira que Cruz lo preguntó al dueño de las cabañas un par de veces si el agua del grifo era buena!!!!!).

El último día amanecimos (alguno ya se acostó) con fuertes retortijones y paseos a toda prisa al baño. El día que se suponía iba a ser el más vistoso del viaje a Cabañeros, ya que ese era el día que habíamos reservado la entrada al parque.

Un viaje gestado varias semanas antes, cuando los de casa planteamos dónde podíamos ir a ver la berrea.

El momento culmen del otoño, cuando los ciervos machos salen de sus escondrijos para poner de manifiesto su poderío ante las hembras con sus potentes bramidos.

Los días cuando el bosque se estremece bajo los sonidos roncos de los ciervos.

Los ciervos de Cabañeros no son comparables con los de la Cordillera. Su menor tamaño es fruto de la inexistencia de predadores, siendo únicamente la guardería los encargados de controlar su número afín de no tener problemas de recursos. 

Pero las grandes manadas y tener la certeza de que los veríamos, era suficiente motivo para ir. Había que elegir el momento de la visita: mañana o tarde. Y será una frase que oí a Martín la que nos decanto por la salida matutina; "la mañana es mejor, ya que pasado el momento de dar con el animal al que acechamos, siempre queda el resto del día para pajareando o caminando. 

Por tanto la idea de acercarnos a este lugar, abrigo desde un primer momento mucho entusiasmo. En casa se contaban los días que faltaban para partir. Se controlaba el tiempo. Se preparaba el equipo.

Y llegó el día. Y lo disfrutamos. Disfrutamos a tope los tres días que pasamos por esas tierras. Haciendo visitas libres por el parque, alguna acompañados por la guardería y ascendiendo al Rocigalgo.

Y todo ese entusiasmo se vendría abajo la última noche. Con los paseos apresurados al baño. 

Amanece el último día (el día de la visita al parque), con las tripas de los tres en un estado lamentable y con la angustia de tener que pasar varias horas en el vehículo del parque (sin poder pasar por un servicio) y con la vuelta a León parando cada poco. Y sobre todo, con las secuelas que padeceríamos (algunos más que otros) en días sucesivos.

Hoy por fin encuentro tiempo, y ganas, para hacer un resumen de aquellos días de luces tendidas, de paisajes de película y de risas. Porque risas tuvimos muchas.

Un report atípico, con un esquema desordenado, distinto al patrón que suelo poner.

Un reportaje para el recuerdo de aquellos días.


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